martes, 28 de octubre de 2014

PEDRO LEANDRO IPUCHE [13.866] Poeta de Uruguay


Pedro Leandro Ipuche

Pedro Leandro Ipuche (Treinta y Tres, 13 de marzo de 1889 - Montevideo, 1976) fue un poeta uruguayo considerado como uno de los iniciadores en poesía, junto con Fernán Silva Valdés, del nativismo, en el que se funde lo criollo con el vanguardismo.

Cuando sobrevino la guerra civil de 1904, se enroló en el ejército.

Al finalizar el bachillerato en 1905 se radica en Montevideo, e inicia estudios de Filosofía y Humanidades en el Seminario Conciliar, adentrándose en la poesía, literatura y aprendiendo inglés, italiano, francés, guaraní, griego y latín.

Cultivó así una lírica vanguardista, como se percibe en Alas nuevas (1922), pero también buscó la actualización del repertorio tradicional. Su poesía revela una preocupación metafísica, donde aparece su inquietud por el misterio de la creación y la esencia de los seres.

Obras

Dos lágrimas (1909)
La muerte del gran maestro (1913)
Salmos atreidas (1916)
Alas nuevas (1922)
Tierra honda (1924)
Júbilo y miedo (1926)
Rumbo desnudo (1929)
Fernando Soto (1931)
Isla Patrulla (1935)
Tierra celeste (1938)
La Llave de la Sombra (1942)
El Yesquero del Fantasma (1943)
Cuentos del fantasma (1946)
Dino, el Rey Niño (1948) (estreno de la Comedia Nacional)
La llave de la sombra (1949)
La Espiga Voluntaria (1949)
Alma en el aire (1952)
César Mayo Gutiérrez (1953)
La quebrada de los cuervos (1954)
Diluciones (1955)
Caras con almas (1957)
El milagro de Montevideo (1958)
Hombres y nombres (1959)
Chongo (1961)
La Defensa de Paysandú (1962)
Aire Fiel (1964)
Fantasmas tenaces (1969)



LOS YUYOS


I

Como un curandero, plácido y sapiente,
He pasado días entre los yuyales.
Mi casa, transida de un bálsamo ardiente,
Flota en las esencias plenas y rurales.

¡Pobre de la tierra sin estos yuyales;
Sin esta blandura humilde y temblada!
¡Pobre piel sedienta de venas fatales,
Sin el refrigerio de la matorrada!

Yo he visto la tierra, pelada y maldita,
Clamando por agua, lívida y abierta:
Al caer la lluvia, su entraña inaudita
Temblaba del júbilo de verse cubierta.

La tierra y el agua. Viejas compañeras
Que desde lo antiguo del mundo se llaman:
De arriba se inclinan las aguas viajeras,
Y las tierras se alzan, se abren y se inflaman.

Y hay una estridencia gozosa en la tierra;
Y hay una venida del agua llamada;
Y la lluvia roza, se filtra y soterra,
Y de esa alegría viene la yuyada. 

Y ahí está mostrando sus bracitos ágiles,
Sus borlas humildes y sus hojas anchas;
Sus flores elásticas y sus varas frágiles,
Y sus tejedoras y trémulas manchas.

Viene de semillas locas y sin dueño
Que en el viento saltan y el amor las deja
Entre el polvo vivo que las une al sueño
De las floraciones de la tierra vieja.

 Del libro Tierra honda.





El cielo líquido

      El sol ha vuelto el cielo esta mañana 
        Tan líquido y corrido
Que mis ojos se tejen en las aguas celestes

      No es el agua que salta o resalta:
             Es el agua fluida,
             Visible y escondida,
           Como presencia de esencia.

             En el otoño he visto
      Un cielo tan marino sobre mí,
Que aquello era el abismo vertido sobre el día.

    El abismo asomado que marea de arriba;
Donde se pierde el ojo de anegarse y beber.       




El Circo

        ¡Brava infantilidad del circo!

Vivo en mi casa el circo amoroso. 
         Soy el acróbata curtido
De los trapecios y pistas del alma.

         ¡Qué de saltos mortales
           Y cambotes fatales!
¡Ah mis cabriolas sentimentales!

        A veces muestro la patética
              Rigidez del "patrón".
                  (¡Ese patrón!)

Pero...
   Soy para mis dos hijos el payaso 
        Intimo, solo y sin color.




El Guarda puentes

     Se jubiló para mudar de vida
Y de lugar y... divertirse el resto.
Más de una cincuentena repetida
Sobre las viejas aguas de su puesto.

    -Me voy a una ciudad desconocida
Donde pueda vivir con otro gesto.
Ya tengo el alma dura y desabrida
Y el brazo setentón poco dispuesto.

     Lo engañó -como suele- la costumbre:
     Creyó muy fácil desprender herrumbre
     Y separar el corazón ligero.

     Un día los atónitos pasantes
     Lo vieron con los ojos vigilantes
     Pescando bajo el puente compañero.




Me gusta

             Me gusta el dorso de las barajas nuevas. 
                     Las corbatas flamantes.
           Los pañuelos de seda que, en la caja, se miran 
                      Y no se tocan...

               El iris seco de los biseles
               (¿Y los caireles?)
               El olor de los libros escolares.
La eléctrica naranja de la pelota variopinta...
                   La piel pintada de los lápices.

                      Las bolitas con íntimos colores
                        Que en la infancia poníamos
                          Contra la lámpara casera
     Y derramaban, tembloroso, el iris ...

          ¡Feliz el que conserve la cosquilla
          Simpática del niño en sus rarezas!
          Será la llave de la maravilla
          Abriendo el ojo de las sutilezas.





Pienso tres cosas lindas

      Pienso tres cosas lindas y las digo:

         Nadie conoce la dulzura
Como la pata de la mariposa.

Una invisible sombra, sutil, ebria ...
La sombra de la luna sobre el aire.

         Perforemos un pozo, 
Y saquemos la luz, quedando el día. 
El ojo iluminado verá el pozo, 
Porque la luz no es el color del día.  




Pedro Leandro Ipuche 
en el centenario de su nacimiento
Por Hyalmar Blixen

Pedro Leandro Ipuche nació en 1889 en Treinta y Tres, ciudad por la que manifestó, a través de páginas emocionadas, un iluminado recuerdo de los tiempos juveniles allí vividos, paisajes y anécdotas que aparecen como por encanto en sus libros, tradiciones con que algunos lógicos ajustes inspiran una u otra página, cualquiera sea el género literario a la que pertenezca. “Declaro que nací en Treinta y Tres – expresa- cuando era un pueblecito de pocas viviendas y mucha gracia” y además: “Nacer en un pueblo que nace es asistir al nacimiento de todas las cosas, y sobre todo a la necesidad de que ellas existan”. Desde muy joven se vio arrastrado por la literatura y escribió en algunas publicaciones periódicas de esa ciudad. Luego sobrevino la guerra civil de 1904, en la que tanto Ipuche como su hermano Eufemio se enrolaron.

En 1905 cumplido su bachillerato e instalado en Montevideo, inició cursos de Filosofía y Humanidades en el Seminario Conciliar; esto le abrió en parte panoramas hacia diversas lecturas, y desarrolló además, con distintos maestros, su estudio de lenguas: demostró ser, no sólo un dominador del español, a pesar del juicio de Zum Felde, sino que aprendió inglés, italiano, francés, guaraní y asimismo las lenguas clásicas: griego y latín.

SU POESIA NATIVISTA

Ipuche se dedicó por el nativismo, al igual que Silva Valdés, es decir, por una revaloración de los temas nuestros, criollos, pero con un lenguaje más artístico y moderno. Se inició en la poesía, e incluso en varios momentos llegó a declarar que ésta invade su prosa, y efectivamente, le da, pienso, ritmo, alma y riqueza. Tras el primer libro, “Engarces”, apareció en 1922 “Alas nuevas”, donde ya encontramos vivo su nativismo. A estos poemarios siguen “Tierra honda”, “Júbilo y miedo”, “Rumbo desnudo”, “Tierra celeste”, “La llave de la sombra” reunidos en 1945 en “Caminos del Canto”. Luego editó “La espiga voluntaria”, “Diluciones” y “Aire fiel”.

El tema nativo en los buenos creadores, como Ipuche, por ejemplo, tiende a una universalización, sea de personajes, motivos o estados de alma, ya que se puede llegar, por vía de lo telúrico, a lo general, y a veces hasta lo cósmico. Es que el poeta campero, al poner su “yo”, le da, si es el caso, un temblor de misterio, una fuerza que sale de su misma alma y una ascensión hacia lo filosófico, psicológico, ético o cualquier otro camino por el que la lírica afirme su señorío indiscutido. Borges ha expresado de Ipuche: “Su mayor decoro es el ritmo, su destreza en arrear fuertes rebaños de versos trashumantes, su inevitable rectitud de río bravo que fluye pecho adentro, enorgulleciéndolos”.

SU PROSA: “FERNANDA SOTO” 

“Fernanda Soto” es una narración breve, en ocho capítulos, inspirada en un personaje singularmente interesante, que si bien fue tomado de la realidad, parece que de una anciana llamada Fernanda Coto, tiene en la vida del arte una riqueza notable dentro de la parquedad de su habla y actitudes, que le hace perdurable. Vieja sorda, centenaria, ha conocido a Lavalleja y guardó por mucho tiempo una bombilla del mate del héroe.

Todo en este cuento-poema está narrado con fuerza, hasta con dureza unida a sensibilidad evocativa y a pudores de artista. Bordoli, en su excelente prólogo a la edición “Clásicos Uruguayos” escribió al respecto: “Nosotros hemos notado que casi siempre, cuando por imposición del tema, Ipuche se ve obligado a contar algo que huele mal, casi ni quiere contarlo, va sobre ascuas. Lo da por contado...” El autor entra en la historia de sus personajes sin hacerles una introducción; la Vieja habla, pero no se sabe quién es, ni tampoco se aclara mucho a propósito de los demás: la madre, el Muleque, Juan Lima, Lalo Medeiros, Ramón Carrasco, Clementino, Salvador... De todos ellos se da apenas un chispazo que ilumina algún momento de sus vidas, sin un “antes” ni un “después”. El final del cuento es misterioso y notable. En sus últimos instantes, la Vieja anuncia que va a nacer. ¿Al arte? ¿Habrá que recurrir a las filosofías orientales?

“ISLA PATRULLA” 

En “Isla Patrulla” (1935) hay un tremendo drama humano; en la guerra, sin reconocerse, los dos hermanos, uno colorado y otro blanco, se matan entre sí. De ahí la maldición, esa maldición que a esas batallas fratricidas haga el padre, el coronel Ezequiel Cruz. Sabat Ercasty, al prologar este libro de Ipuche, dice: “Su prosa casi no lo es. Tiene la emanación de una cosa conversada, llena de nervio y de fino dinamismo interior... Si no fuera por la carga lírica donde la emoción personal triunfa, por el deleite sabroso del lenguaje que mezcla a lo natural e ingenuo de las historias populares, el vocablo elegido por regusto de artista, el giro caprichoso de una frase crespa y barroca, podría pasar su historia por cosa dicha por la clara y vieja voz del pueblo”. Destaca Sabat en él, el “esparcimiento fácil del corazón”, el “gusto por los contrastes”, la “rebeldía de autodidacta que se burla de universalidades y de academias” y esa mezcla, en partes iguales de sagrado salvajismo y cultura refinada y bravía.

Deberían ser analizadas otras obras como la colección de narraciones “Cuentos del fantasma” (1946) con el pacto y ulterior enfrentamiento de dos malevos: el negro Tomás Corrales y “El Clinudo”, donde el realismo campea más hondo. Otras de sus obras narrativas: “La quebrada de los cuervos” (1954), de la que destaca “El paraguayito” que Visca, certeramente, ha insertado en su “Antología del cuento uruguayo contemporáneo”.

EL YESQUERO DEL FANTASMA

Ipuche subtitula “Entretenimientos” a estos bosquejos sobre figuras predominantemente literarias: María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, María Elena Muñoz, Sabat Ercasty, Superville, Espínola, Mendilaharsu, Rodó, Montalvo, Quiroga, Sarmiento, Herrera y Reissig y otros. Pero lo más notable de estas estampas es la dedicada a Artigas. Su lectura realmente me impactó, porque yo jamás pude aceptar, tampoco la idea de un Artigas que se da por vencido, decidido a descansar en el hogar paraguayo, para lo cual le pide asilo a un tirano, cuando si lo hubiera deseado habría aceptado el ofrecimiento de la joven república al frente de la cual estaban guías espirituales como Jefferson, autor de la famosa declaración del 4 de Julio. No. Nunca, simplemente por intuición, pensé que Artigas había decidido colgar la espada que tanto precisaba su patria. Algo habría sucedido que la historia no aclaraba bien o no hemos sabido leerla. Y en las páginas de Ipuche aparece el Artigas que va al Paraguay a pedir ayuda para continuar la guerra, pero al que se encarcela y luego se le aleja, rehén contra un posible ataque de Buenos Aires o Brasil.

Sin poder hacer un juicio definitivo, el Artigas de Ipuche es el que más se compagina con lo que el caudillo hizo durante su vida y con lo que, según documentos previos a su ida al Paraguay, pensaba realizar. Artigas era indomable, convencido de sus ideales, dispuesto a jugarse siempre por ellos. Es el Artigas que queremos y sabemos, vivo en nosotros, los orientales.

Hyalmar Blixen
Diario "Lea" - Montevideo
26 de febrero de 1989






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